martes, 4 de diciembre de 2007

ExAmEn De pLaTóN


Los de la foto tienen ya sus añitos y sin embargo... ahí están, sufriendo horrores con el examen tipo de PAU del filósofo Platón. Llevan décadas intentándolo pero, no hay forma de que aprueben. Son el oprobio de sus familias.

Si no quieres verte dentro de un par de décadas como un padre o madre de familia que jamás aprobó un examen de Platón, te recomiendo que hagas como los alumnos de 2º D de bachillerato del IES Blas Cabrera Felipe.

Y es que se han comprometido hoy en clase de filosofía a romper una sólida, vetusta e indolente tradición estudiantil: la de estudiárselo todo el día antes del examen.

Así las cosas, creo que es de justicia que desde este humilde blog les anime y ayude en la medida de mis posibilidades. Para ello, durante el puente que se avecina y hasta la noche del día 12 de diciembre (antevíspera del examen), estará abierto este post para que me pregunten todas las dudas, inquietudes y problemas que sobre Platón vayan surgiendo.

¡No lo dejes todo para el final!

¡Que no te pase lo que a los de la foto!

sábado, 24 de noviembre de 2007

¡CoNgRaTuLaTiOn bLaSíLoFoS!


Los chicos de Blasílofos han superado ya sobradamente las 1000 visitas...

¡Y vean lo lejos que ha llegado la noticia!

Pues nada, este post no tiene otro objetivo que el de felicitarles por lo bien que va la marcha del blog "Blasílofos".

Para los que aún no lo hayan visitado, les enlazo aquí con un recopilatorio que ha hecho Aquilino de todas las entradas anteriores. Sirve para hacerse una idea aproximada en un par de minutos de lo que han podido hacer en apenas dos meses.

¡A seguir así y a por las 2000!

miércoles, 21 de noviembre de 2007

SoY DiOs




"Hola gente,


Propongo una cosa: Demuestrame que yo NO soy Dios.


Exacto, no has leído mal. La persona que me demuestre que no soy Dios será invitada por mí a una cena. El restaurante lo elegirá quien me haga ver que no puedo ser Dios. No consideraré válidas afirmaciones tipo: "No eres Dios porque Dios no existe", etc. Tiene que ser una respuesta razonada e innegable.


P.D: El profesor también puede participar.

Buena suerte"
.



Sí, han leído bien... Todos pensábamos que era un alumno de 2ºD de bachillerato del IES Blas Cabrera Felipe y que su nombre era Carlos Seijas. Pero parece que no. Hemos estado viviendo en un error.

O acaso no, quién sabe. El hecho es que Carlos (o Dios) nos reta a todos los terrícolas y demás especies que visiten este blog a demostrarle fehacientemente que él no es Dios.

Recibir un mail con la divinidad como remitente pidiéndome un espacio en este modesto blog ha sido todo un halago. Por otra parte, creo que el reto que se nos plantea puede ser interesante. Y ello por las siguientes razones:

a) El otro día salió en clase el término escolástica. Creo que los argumentos que puedan surgir de este debate pueden llegar a alcanzar cierta semejanza con los de los teólogos y filósofos que tanto marearon durante siglos el concepto "Dios".

b) Si conseguimos desenmascarar al interlocutor que se oculta bajo el nick "case" y demostramos que no es otro que el alumno Carlos Seijas, entonces quien lo haga tendrá derecho a una cena gratis por cortesía del susodicho.

c) Si nadie consigue demostrar que Carlos es Dios, entonces... siempre habrá sido emocionante haber discutido contra Dios.

En definitiva, que no tenemos nada que perder.

Les digo lo mismo que Carlos (o Dios):

Buena suerte.

sábado, 17 de noviembre de 2007

iNmOrTaLiDaD MaTeRiALiStA



A veces las teorías y conocimientos científicos resultan más sorprendentes, más fascinantes y más sugerentes que la más fantasiosa de las elucubraciones religiosas... Estaba leyendo el otro día el ameno y pedagógico libro de Bill Bryson, Una breve historia de casi todo, un atípico manual de divulgación científica, cuando me topé con el fragmento que cito a continuación:

"Son también (los átomos) fantásticamente duraderos. Y como tienen una vida tan larga, viajan muchísimo. Cada uno de los átomos que tú posees es casi seguro que ha pasado por varias estrellas y ha formado parte de millones de organismos en el camino que ha recorrido hasta llegar a ser tú. Somos atómicamente tan numerosos y nos reciclamos con tal vigor al morir que, un número significativo de nuestros átomos (más de mil millones de cada uno de nosotros, según se ha postulado), probablemente pertenecieron alguna vez a Shakespeare. Mil millones más proceden de Buda, de Gengis Kan, de Beethoven y de cualquier otro personaje histórico en el que puedas pensar (los personajes tienen que ser, al parecer, históricos, ya que los átomos tardan unos decenios en redistribuirse del todo; sin embargo, por mucho que lo desees, aún no puedes tener nada en común con Elvis Presley).
Así que todos somos reencarnaciones, aunque efímeras. Cuando muramos, nuestros átomos se separarán y se irán a buscar nuevos destinos en otros lugares (como parte de una hoja, de otro ser humano o de una gota de rocío). Sin embargo, esos átomos continúan existiendo prácticamente siempre. Nadie sabe en realidad cuánto tiempo puede sobrevivir un átomo pero, según Martin Rees, probablemente unos 10 (elevado a 35) años, un número tan elevado que hasta yo me alegro de poder expresarlo en notación matemática".


En realidad, lo que describe Bill Bryson puede considerarse como una suerte de versión materialista de la idea de inmortalidad. Y en realidad, si lo pensamos un poco, esta propuesta no es tan diferente de la de Platón.

Seguramente protestarás por mi comparación y considerarás que la casi indestructibilidad de los átomos que describe Bryson y su permanente redistribución y dispersión por todo el Universo no puede identificarse con lo que queremos decir al referirnos a la inmortalidad del alma. Y es que hay algo que falta en la hipótesis de Bryson: la permanencia de la identidad personal.

En efecto, podrás decir: "¿De qué me sirve que al morirme mis átomos permanezcan pero pasen a formar parte de la atmósfera, del océano, de un melocotón, de un hipopótamo o del presidente del gobierno de Canarias en el año 2100? Lo importante es que yo no estaré: yo, con mis ideas y creencias, con mis recuerdos, con mi carácter y mi modo de ver la vida... Eso no es una genuina inmortalidad".

Y sin embargo, con Platón ocurre otro tanto. Al final de su obra La República, se cuenta cómo las almas, al morir el cuerpo, tienen la posibilidad de contemplar las Ideas, sin el lastre ya que el cuerpo supone, y que, antes de volver a encarnarse en un cuerpo diferente, antes de "caer" en otra cárcel, beben del río Ameles, sito en "la llanura de Lete", circunstancia que provoca un súbito olvido de todo lo aprendido en vida.

De tal forma que el alma que se ha reencarnado en un nuevo ser también ha perdido su identidad personal: sus ideas y creencias, su carácter, sus sentimientos, su forma de ver la vida. A lo sumo, podrá recordar lo contemplado en el mundo inteligible, las Ideas, pero conservará nada de lo relativo a su identidad personal.

Así las cosas, Platón no está tan alejado de la física moderna...

Pero, en realidad, sea como fuere, yo me pregunto: ¿Quién quiere ser inmortal? Creo que nadie quiere morir, pero... ¿significa eso que lo que realmente queremos es no morir nunca: ser inmortales? Puede que alguna vez hayas pensado en ello, aunque sea de refilón, con ocasión de alguna película o conversación...

Piensa en lo que implicaría la inmortalidad sensu estricto, con la permanencia de tu "yo", de tu identidad personal... Piénsalo y responde:

¿Aceptarías (sin posibilidad de devolverlo nunca) ese "don" o "lastre", si te fuera concedido: el don -o lastre- de ser inmortal?


sábado, 10 de noviembre de 2007

¿eXiStE eL aLmA?

Entré a clase, escribí en la pizarra "ALMA", y les pregunté: ¿qué es el alma? ¿con qué rasgos la describirían? Se trataba de introducir la teoría platónica del alma, su dualismo antropológico y su teoría de la reminiscencia (de la que aún no hemos hablado). Entre todos, fue llenándose la pizarra con rasgos característicos del alma:

-inmaterial
-aespacial
-inmortal
-vinculada a los sentimientos
-vinculada a nuestra personalidad

Roland preguntó-afirmó si pertenecía el alma al mundo de las Ideas. Efectivamente, para Platón, así es. De hecho, los tres primeros rasgos señalados por los alumnos son también propios de las Ideas.

Luego pregunté: ¿cuántos creen en "algo más", en "otra vida", después de la muerte? Pocos, seis.

Y a continuación: ¿y cuántos en el alma? Algunos más, nueve. Tres o cuatro alumnos tenían dudas; creían en el alma pero no en su inmortalidad.

Así pues, decidimos dar dos definiciones de alma. La primera de ella consideraba el alma como una realidad, principio o entidad constitutiva del hombre y dotada de los cinco rasgos arriba señalados. La segunda concepción del alma, en cambio, se limitaba a considerarla una especie de motor o principio de vida y movimiento: aquello que animaba (dotaba de "anima", de vida) al cuerpo.

La primera concepción del alma, que incorpora una dimensión casi divina (que le confiere un don en principio exclusivo de los dioses: la inmortalidad), es la que va a defender Platón. La segunda concepción, la del alma como un soplo de vida, como un principio de animación del cuerpo (y que por tanto desaparece y se extingue con el propio cuerpo) es la que va a defender su discípulo, Aristóteles.

¿Y el resto de alumnos? ¿No creían en el alma? No. ¿Cómo explicaban entonces aquella dimensión del ser humano señalada por el resto de compañeros y a la que el concepto "alma" daba respuesta: los sentimientos y la personalidad?

"Son sólo reacciones químicas en el cerebro" -dijo Raquel.

Reacciones químicas, conexiones neuronales o -como dice Aquilino en Blasílofos citando a Francis Crick- "una banal fusión de neuronas en el cerebro"... A eso se reduciría el alma.

Así pues, antes de comenzar el debate, he querido poner un poco de orden resumiendo lo principal de las diferentes posturas que han salido: el dualismo antropológico de corte platónico, la concepción intermedia o inmanente de Aristóteles y, finalmente, la postura del monismo materialista.
Finalmente, en un comentario al post anterior, Laura ha abierto la puerta a un tema interesante: ¿es compatible la creencia en el alma con la teoría de la evolución de Darwin y con la teoría del Big Bang? O en un plano más general: ¿consiguen los últimos descubrimientos y teorías científicas dar al traste con (refutar) las creencias religiosas tradicionales?

Me gustaría que leyeran esta nota de prensa y trataran de contestar qué opina la primatóloga Jane Goodall acerca de las preguntas formuladas en el párrafo anterior. Traten de responder también a lo siguiente: ¿con cuál de las tres posturas que hemos señalado en relación a la existencia del alma crees que se identifica esta darwinista convencida? Y por último: ¿cuál es tu postura? Y como pide Aquilino: ¿por qué? Espero que ofrezcan cada uno de ustedes buenos y convincentes argumentos.



sábado, 27 de octubre de 2007

SoFiStAs ReLaTiViStAS

Esta semana nos hemos detenido brevemente en la polémica entre Sócrates y los sofistas en torno al conocimiento y particularmente a propósito del conocimiento moral: la ética.

En el plano general del conocimiento, la mayor parte de los sofistas eran defensores del escepticismo, es decir, pensaban que era imposible alcanzar un conocimiento absoluto y objetivo de la realidad, bien fuera por la limitación de nuestras facultades cognoscitivas, bien porque cada cual conoce la realidad desde su propia perspectiva o punto de vista, desde una posición que hace del conocimiento una experiencia subjetiva y personal.

Esta postura les condujo en el plano de la ética al relativismo moral, esto es, a la doctrina según la cual las normas y valores morales de cada cultura o (en su versión extrema) de cada individuo dependen de o son relativas a dicha cultura o individuo.

A esta doctrina se opone la postura defendida por Sócrates, el universalismo. El universalismo moral sostiene que existen una serie de normas y valores morales que deben respetarse en todas las culturas, pues son universalmente válidas. Sólo apelando a tales valores o normas universales resulta legítimo criticar y rechazar determinadas prácticas morales propias de otras culturas, otros pueblos, otras gentes (o al contrario: realizar un trabajo de autocrítica de la propia cultura, pueblo o persona).

El debate (que originan los sofistas y Sócrates) está servido y se prolonga hasta nuestros días: ¿es posible criticar determinadas prácticas de otras culturas, como la poligamia, la poliandria o la ablación del clítoris? ¿o bien cada cultura tiene su propio sistema de valores y no tenemos ningún derecho a imponer nuestros valores a las culturas y pueblos vecinos? ¿qué postura mantener en un mundo globalizado como el nuestro en el que los flujos migratorios son cada vez más frecuentes y hacen que tales prácticas culturales diferentes no son un "caso de libro", sino una realidad cercana y próxima?

¿Tú qué opinas? Espero tu respuesta a esta cuestión de tanta actualidad en un comentario a este post.

Pero volvamos al siglo V antes de Cristo, a Sócrates y a los sofistas. A continuación, te invito a que visites un blog muy interesante sobre las asignaturas de Filosofía de bachillerato: "La lechuza de Minerva". En el post titulado "Un problema relativo" encontrarás una situación entre divertida y macabra. Te invito a leerla y a contestar en su blog o en éste al problema (relativo) que nos plantea el profesor Quesé. También tienes en el mismo post una presentación sobre Sócrates y los sofistas que te puede ser muy útil a la hora de estudiar.

viernes, 19 de octubre de 2007

eL GaLLo De SóCrAtEs

Hoy hablamos en clase acerca de la muerte de Sócrates y estuve divagando un poco en torno a esas últimas palabras pronunciadas por el insigne filósofo antes de apurar de un sorbo la mortal cicuta:


"Critón, le debemos un gallo a Esculapio. Paga mi deuda y no la olvides"


Les comenté a los alumnos que era común entre los griegos ofrecer un gallo a Asclepio (Esculapio es el nombre romano), dios de la medicina, cuando alguien se recuperaba de una enfermedad y sanaba. Y que, en este sentido, Nietzsche había aventurado una hipótesis audaz: la de que Sócrates era un individuo incapaz de valorar en toda su plenitud la vida, a la que consideraba una enfermedad, razón por la cual apuró sin rechistar la copa de cicuta e incluso consideró que por poner fin a esta enfermedad que era la vida le debia un gallo a Esculapio.


Al llegar a casa investigué un poco más en internet y descubrí que en torno a estas últimas palabras de Sócrates había corrido mucha más tinta de la que había imaginado. En realidad, no podía ser de otro modo: las últimas palabras que pronuncia un ser humano no son como para que a nadie pasen desapercibidas. Y menos cuando el que las pronuncia es considerado por el Oráculo de Delfos el hombre más sabio de entre los antiguos griegos.


Así pues, te propongo lo siguiente. Te propongo que investigues tú también sobre este enigma: el significado de la misteriosa y última frase que pronunció Sócrates junto a sus discípulos. Para ello, te recomiendo el siguiente enlace, en el que se resumen varias de las hipótesis que los estudiosos del tema han ofrecido:


Después de haber leído tales hipótesis: ¿Cuál te resulta más convincente? ¿cuál te parece más sugerente? ¿por qué?...


Puedes contestar mediante comentarios a esta entrada, o bien creando un post en tu blog.



domingo, 23 de septiembre de 2007

Silencio (Fábula) -- Edgar Allan Poe





"Las cimas de las montañas duermen;

los valles, riscos y cuevas están en silencio."

ALCMAN.

-“Escúchame” - dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza-.” La región de que hablo es una lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.






Las aguas del río están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar, sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran entre sí.



Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como las olas en las Hébridas, la maleza se agita continuamente. Pero ningún viento surca el cielo. Y los altos árboles primitivos oscilan eternamente de un lado a otro con un potente resonar. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota, rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un inquieto sueño, extrañas flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes grises corren por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.


Era de noche y llovía, y al caer era lluvia, pero después de caída era sangre. Y yo estaba en la marisma entre los altos nenúfares, y la lluvia caía en mi cabeza, y los nenúfares suspiraban entre sí en la solemnidad de su desolación.


Y de improviso se levantó la luna a través de la fina niebla espectral y su color era carmesí. Y mis ojos se posaron en una enorme roca gris que se alzaba a la orilla del río, iluminada por la luz de la luna. Y la roca era gris, y espectral, y alta; y la roca era gris. En su faz habla caracteres grabados en la piedra, y yo anduve por la marisma de nenúfares hasta acercarme a la orilla, para leer los caracteres en la piedra. Pero no puede descifrarlos. Y me volvía a la marisma cuando la luna brilló con un rojo más intenso, y al volverme y mirar otra vez hacia la roca y los caracteres vi que los caracteres decían DESOLACIÓN.


Y miré hacia arriba y en lo alto de la roca había un hombre, y me oculté entre los nenúfares para observar lo que hacía aquel hombre. Y el hombre era alto y majestuoso y estaba cubierto desde los hombros a los pies con la toga de la antigua Roma. Y su silueta era indistinta, pero sus facciones eran las facciones de una deidad, porque el palio de la noche, y la luna, y la niebla, y el rocío, habían dejado al descubierto las facciones de su cara. Y su frente era alta y pensativa, y sus ojos brillaban de preocupación; y en las escasas arrugas de sus mejillas leí las fábulas de la tristeza, del cansancio, del disgusto de la humanidad, y el anhelo de estar solo.


Y el hombre se sentó en la roca, apoyó la cabeza en la mano y contempló la desolación. Miró los inquietos matorrales, y los altos árboles primitivos, y más arriba el susurrante cielo, y la luna carmesí. Y yo me mantuve al abrigo de los nenúfares, observando las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad, pero la noche transcurría, y él continuaba sentado en la roca.


Y el hombre distrajo su atención del cielo y miró hacia el melancólico río Zaire y las amarillas, siniestras aguas y las pálidas legiones de nenúfares. Y el hombre escuchó los suspiros de los nenúfares y el murmullo que nacía de ellos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.


Entonces me sumí en las profundidades de la marisma, vadeando a través de la soledad de los nenúfares, y llamé a los hipopótamos que moran entre los pantanos en las profundidades de la marisma. Y los hipopótamos oyeron mi llamada y vinieron con los behemot al pie de la roca y rugieron sonora y terriblemente bajo la luna. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.


Entonces maldije los elementos con la maldición del tumulto, y una espantosa tempestad se congregó en el cielo, donde antes no había viento. Y el cielo se tornó lívido con la violencia de la tempestad, y la lluvia azotó la cabeza del hombre, y las aguas del río se desbordaron, y el río atormentado se cubría de espuma, y los nenúfares alzaban clamores, y la floresta se desmoronaba ante el viento, y rodaba el trueno, y caía el rayo, y la roca vacilaba en sus cimientos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado.


Entonces me encolericé y maldije, con la maldición del silencio, el río y los nenúfares y el viento y la floresta y el cielo y el trueno y los suspiros de los nenúfares. Y quedaron malditos y se callaron. Y la luna cesó de trepar hacia el cielo, y el trueno murió, y el rayo no tuvo ya luz, y las nubes se suspendieron inmóviles, y las aguas bajaron a su nivel y se estacionaron, y los árboles dejaron de balancearse, y los nenúfares ya no suspiraron, y no se oyó más el murmullo que nacía de ellos, ni la menor sombra de sonido en todo el vasto desierto ilimitado. Y miré los caracteres de la roca, y habían cambiado; y los caracteres decían: SILENCIO.


Y mis ojos cayeron sobre el rostro de aquel hombre, y su rostro estaba pálido. Y bruscamente alzó la cabeza, que apoyaba en la mano y, poniéndose de pie en la roca, escuchó. Pero no se oía ninguna voz en todo el vasto desierto ilimitado, y los caracteres sobre la roca decían: SILENCIO. Y el hombre se estremeció y, desviando el rostro, huyó a toda carrera, al punto que cesé de verlo.”

Pues bien, hay muy hermosos relatos en los libros de los Magos, en los melancólicos libros de los Magos, encuadernados en hierro. Allí, digo, hay admirables historias del cielo y de la tierra, y del potente mar, y de los Genios que gobiernan el mar, y la tierra, y el majestuoso cielo. También había mucho saber en las palabras que pronunciaban las Sibilas, y santas, santas cosas fueron oídas antaño por las sombrías hojas que temblaban en torno a Dodona. Pero, tan cierto como que Alá vive, digo que la fábula que me contó el Demonio, que se sentaba a mi lado a la sombra de la tumba, es la más asombrosa de todas. Y cuando el Demonio concluyó su historia, se dejó caer en la cavidad de la tumba y rió. Y yo no pude reírme con él, y me maldijo porque no reía. Y el lince que eternamente mora en la tumba salió de ella y se tendió a los pies del Demonio, y lo miró fijamente a la cara.

Traducción: Raquel Albornoz

sábado, 22 de septiembre de 2007

UNAMUNO: Del sentimiento trágico de la vida (1913)






El punto de partida

Y ahora bien; ¿para qué se filosofa?, es decir, ¿para qué se investigan los primeros principios y los fines últimos de las cosas? ¿Para qué se busca la verdad desinteresada? Porque aquello de que “todos los hombres tienden por naturaleza a conocer”, está bien; pero ¿para qué? Buscan los filósofos un punto de partida teórico o ideal a su trabajo humano, el de filosofar; pero suelen descuidar buscarle el punto de partida práctico y real, el propósito. ¿Cuál es el propósito al hacer filosofía, al pensarla y exponerla luego a los semejantes? ¿Qué busca en ello y con ello el filósofo? ¿La verdad por la verdad misma? ¿La verdad para sujetar a ella nuestra conducta y determinar conforme a ella nuestra actitud espiritual para con la vida y el universo?

La filosofía es un producto humano de cada filósofo, y cada filósofo es un hombre de carne y hueso que se dirige a otros hombres de carne y hueso como él. Y haga lo que quiera, filosofa, no con la razón sólo, sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo. Filosofa el hombre.

Y no quiero emplear aquí el yo, diciendo que al filosofar filosofo yo y no el hombre, para que no se confunda este yo concreto, circunscrito, de carne y hueso, que sufre del mal de muelas y no encuentra soportable la vida si la muerte es la aniquilación de la conciencia personal, para que no se le confunda con ese otro yo de matute, el Yo con letra mayúscula, el Yo teórico que introdujo en la filosofía Fichte, ni aun con el único, también teórico, de Max Stirner. Es mejor decir nosotros. Pero nosotros los circunscritos en espacios.

¡Saber por saber! ¡La verdad por la verdad! Eso es inhumano. Y si decimos que la filosofía teórica se endereza a la práctica, la verdad al bien, la ciencia a la moral, diré: y el bien ¿para qué? ¿Es acaso un fin en sí? Bueno no es sino lo que contribuye a la conservación, perpetuación y enriquecimiento de la conciencia. El bien se endereza al hombre, al mantenimiento y perfección de la sociedad humana, que se compone de hombres. Y esto; ¿para qué? «Obra de modo que tu acción pueda servir de norma a todos los hombres», nos dice Kant. Bien ¿y para qué? Hay que buscar un para qué.

En el punto de partida, en el verdadero punto de partida, el práctico, no el teórico, de toda filosofía, hay un para qué. El filósofo filosofa para algo más que para filosofar. Primum vivere, deinde philosophari [primero vivir, después filosofar], dice el antiguo adagio latino, y como el filósofo, antes que filósofo es hombre, necesita vivir para poder filosofar, y de hecho filosofa para vivir. Y suele filosofar, o para resignarse a la vida, o para buscarle alguna finalidad, o para divertirse y olvidar penas, o por deporte y juego. Buen ejemplo de este último, aquel terrible ironista ateniense que fue Sócrates, y de quien nos cuenta Jenofonte, en sus Memorias, que de tal modo le expuso a Teodota la cortesana las artes de que debía valerse para atraer a su casa amantes, que le pidió ella al filósofo que fuese su compañero de caza, synthertés, su alcahuete, en una palabra. Y es que, de hecho, en arte de alcahuetería, aunque sea espiritual, suele no pocas veces convertirse la filosofía. Y otras en opio para adormecer pesares.

[...]


Tomad al hombre Spinoza, aquel judío portugués desterrado en Holanda; leed su Ética, como lo que es, como un desesperado poema elegiaco, y decidme si no se oye allí, por debajo de las escuetas y al parecer serenas proposiciones expuestas more geometrico [al modo de la geometría], el eco lúgubre de los salmos proféticos. Aquella no es la filosofía de la resignación, sino la de la desesperación. Y cuando escribía lo de que el hombre libre en todo piensa menos en la muerte, y es su sabiduría meditación no de la muerte, sino de la vida humana -homo liber de nulla re minus quam de morte cogitat et eius sapientiam non mortis, sed vitae meditatio est (Ethice, pars. IV prop. LXVII); cuando escribía, sentíase, como nos sentimos todos, esclavo, y pensaba en la muerte, y para libertarse, aunque en vano, de este pensamiento, lo escribía. Ni al escribir la proposición XLII de la parte V de que «la felicidad no es premio de la virtud, sino la virtud misma», sentía, de seguro, lo que escribía. Pues para eso suelen filosofar los hombres, para convencerse a sí mismos, sin lograrlo. Y este querer convencerse, es decir, este querer violentar la propia naturaleza humana, suele ser el verdadero punto de partida íntimo de no pocas filosofías.

¿De dónde vengo yo y de dónde viene el mundo en que vivo y del cual vivo? ¿Adónde voy y adónde va cuanto me rodea? ¿Qué significa esto? Tales son las preguntas del hombre, así que se liberta de la embrutecedora necesidad de tener que sustentarse materialmente. Y si miramos bien, veremos que debajo de esas preguntas no hay tanto el deseo de conocer un por qué como el de conocer el para qué; no de la causa, sino de la finalidad. Conocida es la definición que de la filosofía daba Cicerón llamándola «ciencia de lo divino y de lo humano y de las causas en que ellos se contienen», rerum divinarum et humanarum, causarumque quibus hae res continentur; pero en realidad, esas causas son para nosotros, fines. Y la Causa Suprema, Dios, ¿qué es sino el Supremo Fin? Sólo nos interesa el por qué en vista del para qué; sólo queremos saber de dónde venimos para mejor poder averiguar adónde vamos.

[...]

¿Por qué quiero saber de dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y adónde va lo que me rodea, y qué significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de morirme o no definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido. Y hay tres soluciones: a) o sé que me muero del todo y entonces la desesperación irremediable, o b) sé que no muero del todo, y entonces la resignación, o c) no puedo saber ni una cosa ni otra cosa, y entonces la resignación en la desesperación o esta en aquella, una resignación desesperada, o una desesperación resignada, y la lucha. «Lo mejor es -dirá algún lector- dejarse de lo que no se puede conocer.» ¿Es ello posible? En su hermosísimo poema El sabio antiguo (The ancient sage), decía Tennyson:

«No puedes probar lo inefable (The Nameless), ¡oh hijo mío,
ni puedes probar el mundo en que te mueves;
no puedes probar que eres cuerpo sólo,
ni puedes probar que eres sólo espíritu,
ni que eres ambos en uno;
no puedes probar que eres inmortal,
ni tampoco que eres mortal; sí, hijo mío,
no puedes probar que yo, que contigo hablo,
no eres tú que hablas contigo mismo,
porque nada digno de probarse puede ser probado
ni des-probado, por lo cual sé prudente,
agárrate siempre a la parte más soleada de la duda
y trepa a la Fe allende las formas de la Fe!»

Sí, acaso, como dice el sabio, nada digno de probarse puede ser probado ni des-probado.
for nothing worthy proving can be proven,
nor yet disproven;
¿Pero podemos contener a ese instinto que lleva al hombre a querer conocer y sobre todo a querer conocer aquello que a vivir, y a vivir siempre, conduzca? A vivir siempre, no a conocer siempre como el gnóstico alejandrino. Porque vivir es una cosa y conocer otra, y como veremos, acaso hay entre ellas una tal oposición que podamos decir que todo lo vital es antirracional, no ya sólo irracional, y todo lo racional, antivital. Y esta es la base del sentimiento trágico de la vida.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

GéNeSiS


El Departamento de filosofía del IES Blas Cabrera Felipe ha decidido, en reunión celebrada el 12 de septiembre de 2007...

... ¡abrir un blog!


Un blog del Blas.
Un blog sobre filosofía,
sobre la "sophia".
Un blogosophia,
Una blasophia
¿una bazofia?

No.
¡una blaZophia!

Bienvenido seas.