sábado, 23 de febrero de 2008

RefUtAnDo a aRiStÓtELeS


INSTANTES

Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico, correría más riesgos,
haría más viajes, contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente
cada minuto de su vida.
Claro que tuve momentos de alegría:
Pero si pudiera volver atrás
trataría de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida
sólo de momentos;
no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte
sin un termómetro, una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas.
Si pudiera volver a vivir,
viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

(Mario Benedetti)

viernes, 8 de febrero de 2008

hAzLe hAbLaR


Leer a Aristóteles, ya lo hemos dicho, no resulta del todo fácil. Ya sabes que los escritos que nos han llegado pertenecen a esa parte de su obra que no estaba concebida para ser publicada o mostrada al público, sino que consistía en una especie de notas y apuntes que le servían para impartir sus clases en el Liceo. A esto nos referíamos cuando hablamos de sus obras esotéricas.

No sólo es eso. Ya de por sí resulta difícil "hacer hablar" a un texto escrito hace casi 2.500 años. No sólo el lenguaje no es el mismo; también las costumbres, la cultura, los valores y las ideas de quienes nos precedieron y formaron ese contexto histórico en el que vivió Aritóteles y compañía eran muy diferentes a los nuestros.

Y sin embargo, pese a todo, no es imposible: hacer hablar a Aristóteles después de tantos siglos.

Sabemos que su Física es falsa: que hay más de cinco elementos y que el geocentrismo al que también él se adhirió se reveló como una explicación ingeniosa pero falsa.

Pero a pesar de estos errores, la filosofía de Aristóteles se sigue estudiando y enseñando en todas las universidades del mundo y en todos los planes de estudio de Secundaria en los que existe la asignatura de filosofía. Por otra parte, sigue ocupando un puesto de honor en un hipotético ranking de filósofos ilustres.

Así pues, si pensamos que no hay nada de interesante en la filosofía de Aristóteles, si creemos que lo que escribió y pensó aquel griego con barba muerto hace ya casi una eternidad no tiene interés alguno ni puede decirnos o enseñarnos nada a nosotros, que estamos vivos, que vivimos nada más y nada menos que en el siglo XXI, que ni somos griegos ni tenemos barbas tan largas... entonces, una de dos:

a) O bien están muy despistados todos los gobiernos, rectores, decanos, profesores, alumnos, lectores y bloggeros que dan crédito a las ideas de Aristóteles y que las establecen como una parte de los curricula educativos, o las enseñan, o las comentan, o las discuten; en vez de dedicarse a algo más productivo.

b) O bien el problema es nuestro y, por lo que quiera que sea, no hemos sabido hacer hablar a Aristóteles.

Vamos a suponer que las autoridades educativas de casi todos los gobiernos del mundo no son estúpidas ni están despistadas. Vamos a partir de esta hipótesis y a suponer que Aristóteles tiene algo que decirnos también a nosotros, y no sólo a sus conciudadanos atenienses del siglo IV antes de Cristo.

Pero para ello tenemos que demostrarlo: debemos hacerle hablar entre nosotros, en la actualidad. Debemos elegir alguna de las ideas de Aristóteles y "aplicarla", es decir, mostrar de qué modo nos ayuda a comprendernos mejor a nosotros mismos, ya sea a nosotros como individuos, ya sea a la sociedad en la que vivimos.

Eso es lo que te voy a pedir que hagas: "hAzLe hAbLaR".

Pero para que veas que no me "escaqueo" y que yo también me pongo a ello en plena semana carnavalera, seré el primero en hacer la tarea, que te servirá así de ejemplo:



Esta semana de vacaciones he aprovechado para hacer algunas de las cosas que más me gustan, como viajar y leer. Me he ido con mi familia a Sevilla y a Madrid, desde donde ahora mismo escribo. Me he traído algunos libros que me trajeron los Reyes Magos de Oriente y que aún no había tenido tiempo de hincarles el diente.

Uno de esos libros, que aún llevo a medias, se titula "Las arquitecturas del deseo: una investigación sobre los placeres del espíritu", del filósofo español (vivo y sin barba) José Antonio Marina. Lo he ido leyendo en el avión Lanzarote-Sevilla, en el AVE Sevilla-Madrid y a ratos por las noches, antes de caer rendido en la cama.

Su lectura me ha hecho pensar en lo que me ocurrió el martes. Estaba en Sevilla, paseando por la zona peatonal del casco antiguo, que es también la zona comercial por excelencia. De repente, ante el escaparate de unos grandes almacenes, recordé que "me hacían falta" unos vaqueros... Entré ¿y qué ocurrió? Pues que salí de la tienda habiendo comprado dos vaqueros, una chaqueta, una camisa y un cinturón.

¿Qué había pasado? ¿Cómo pudo suceder esto?

Leamos lo que cuenta Jose Antonio Marina acerca del deseo, el consumismo, la publicidad y los escaparates:

"Nos hemos acostumbrado tanto a esta codicia consumista que nos parece que siempre ha existido, lo cual no es cierto. Zola, ejemplo eminente de intelectual comprometido, se alarmó hace más de cien años ante el protagonismo económico del deseo. En 1883, publicó El paraíso de las damas. Treinta años antes se había inaugurado en París Bon Marché, una tienda precursora de la revolución comercial. En su novela, Zola llama "traficantes de deseos" a los propietarios de los grandes almacenes. Lo que le irritaba era el uso de la mercancía como tentación. Hasta ese momento, las mercancías habían estado guardadas en cajas, esperando la necesidad, la demanda, que las hiciera salir de las estanterías. Pero en el gran almacén, los objetos realizaban un strip-tease comercial, iban desnudos hacia el cliente, despertando la lascivia consumista. No paró en eso la cosa. Por esa época se inventó la lámina de vidrio y apareció el escaparate. ¡Era el colmo! Las mercancías ejercían su potencia tentadora contra el viandante. Era una especie de prostitución. En efecto, "prostituere" significa ponerse en un escaparate. Exhibirse excitantemente".

La tesis de Marina en estas páginas es la siguiente. Mientras que el deseo ha sido una clase de impulso que las grandes religiones y las culturas antiguas han tratado sistemáticamente de rechazar o calumniar, en nuestra civilización actual no para de promocionarse y fomentarse. Y en ello juega un papel crucial el sistema capitalista y el modelo de consumismo que lo nutre. Pues a través de la publicidad, se nos crean o fabrican nuevas necesidades, nuevos deseos, nuevas insatisfacciones, que nos conducen a comprar compulsivamente, como si en los productos promocionados (perfumes, zapatillas de deporte, coches, etc.) residiera la posibilidad de saciar tales deseos. Esto ocurre en muy breve lapso de tiempo. Pero enseguida la publicidad vuelve a generar en nosotros nuevas necesidades, nuevos deseos, nuevas insatisfacciones...



Supongo que ya habrás adivinado por dónde van los tiros, qué pinta en todo esto el amigo Aristóteles...

En efecto, tras haberme comprado los dos vaqueros, la chaqueta, la camisa y el cinturón, me pregunté que para qué o por qué me había comprado tanta ropa compulsivamente, cuando sólo me hacían falta unos vaqueros. Y no pude evitar acordarme de la distinción aristotélica entre fines perfectos e imperfectos.

¿Por qué compramos compulsivamente?

¿Por qué compramos cosas que no nos hacen falta?

Lo hacemos, sin lugar a dudas, para conseguir otras cosas, otros bienes o fines que, por tanto, consideramos más valiosos. En el caso de la ropa ¿qué bienes o fines pueden ser éstos? He aquí algunas respuestas: para estar a la moda, para ser aceptado en un determinado grupo, para parecernos a alguien que admiramos, para ligar más, para...

Con la teoría de Aristóteles en la mano deberíamos preguntarnos: "¿y para qué quiero estar a la moda, ser aceptado en un determinado grupo, parecerme a alguien que admiro, etc.?". Y ahí tendríamos que dar otra respuesta, encontrar otro fin más perfecto o valioso que el anterior.

Lo importante es lo siguiente. Aristóteles nos pide que nos fijemos en si dicho comportamiento nos acerca o no al fin supremo o perfecto: la felicidad. Puede resultar un rollo hacerse este tipo de preguntas cada dos por tres. Pero eso es lo que nos pide: ser virtuosos. Y siendo la virtud o "areté" la excelencia en aquello que es propio del hombre, y siendo la razón eso que es propio, lo que nos pide Arstóteles es que actuemos y vivamos conforme al uso excelente de la razón.

Aristóteles nos pide que pensemos, que seamos racionales y actuemos en la vida con inteligencia. Y ello no porque así lo haya pedido algún dios omnipotente (como carse), ni porque su autoridad y fama nos obligue a obedecerle, sino porque sólo así conseguiremos aquello que todos queremos en el fondo: ser felices.

Y ahora va esa "tarea carnavalera" que prometí en clase:

A) Haz hablar a Aristóteles: relaciona alguna de sus ideas con algo que te haya ocurrido, que hayas visto, que hayas pensado, que te preocupe o que forme parte del modo de vida de esta enorme polis que es el mundo globalizado en que vivimos.

B) Profundiza en el tema que he esbozado: el consumismo y la felicidad. Termina la serie de preguntas que yo he comenzado, tratando de dilucidar si mi compra en los grandes almacenes o un tipo de compra similar es inteligente y racional y, por tanto, conduce a la felicidad, o si, por el contrario, es un caso de akrasia.

Como entiendo que estas son fechas de mucho trabajo y que andarás liadísimo/a con la preparación del disfraz, sólo voy a pedirte que contestes a una de las dos tareas, señalando de antemano si te decantas por la A o por la B.

Y ya que ha sido culpa mía el no haber publicado antes este post ampliaré el plazo máximo que tienes para dejar tu tarea en forma de comentario a este post: hasta el viernes 15 de febrero a las 18:00 horas.

Es decir, una semana. Aunque en realidad, ya que escribo desde la península, sales ganando, puesto que tienes una horita más.

No te quejarás...